Bueno, pues con un par de meses de retraso, pero voy a actualizar con algo de algo más de enjundia que el último post… Tampoco mucha, no os vayáis a creer… Vamos: la línea habitual.
Este post pretende, como algunos otros, desempeñar (aunque sea levemente) una función social. En este caso, avisar a posibles viajeros de los aviesos y sucios trucos de márketing que se gastan en las tiendas Aldeasa de los aeropuertos. O al menos, en el de Barcelona. O al menos, un calvo cabrón que tienen de cajero.
Me encontraba yo, el 24 de febrero, pululando sin rumbo fijo (ni ganas de encontrar uno) por El Prat, tras una noche larga noche en un Alsa Zaragoza-Barcelona cuando mis orejas otearon una tienda de Aldeasa en lontanaza. Claro, ante un viaje de semejantes características, lo primero que hace un español es pensar “Có… ¡Alcohol y tabaco! Necesito alcohol y tabaco, que en Nueva York seguro que va mas caro… có!” . ¡Pues p’adentro!.
Sabía que 200 cigarrillos y 1 litro de licor es el máximo que te dejan llevar a EE.UU. sin riesgo de extradición aderezada con tacto rectal (no vaya a ser que hayas escondido un puro por ahí) así que cogí una bonita cesta roja y me fui a la sección de “vicios y malos hábitos” (o algo así). Cargué un cartón de Lucky y una botella de a litro de Havana Reserva 'jartá' de años. ¡Ya Sergio!, ¡lo sé!, pero es que las botellas de Brugal eran sólo de 75 centilitros, y no estamos como para desaprovechar dos o tres cubatas. Por otra parte, también me apetecía llevar algo “typical Spanish” al bueno de Michi, que tan bien se portó (y se porta) conmigo, aconsejándome sabiamente en las semanas previas a mi partida, y ahora llevándome de parranda a antros de lenocinio y perversión. ¿Qué llevar? Pues jamón, evidentemente. ¡Jamón!. Jamón Ibérico pata negra fueno fueno. ¡Pues a la nevera!: 200 gramos de jamón, 30 euracos. ¡Coño! ¡Hay que joderse como sablean a los pobres turistas! A 150 euros el kilo… ¡La madre que los parió!, pero en fin… el Michi lo vale… ¡Pues a la cesta también!.
Claro: yo a esas alturas ya había facturado, así que esta compra suponía llevar un litraco de fluido (inflamable, para más Inri) en mi equipaje de mano. Por otro lado, el jamón es puro cerdo, y eso siempre suele ser problemático de meter en un país extranjero. De hecho recuerdo que, hace unos cuatro o cinco, años hubo un brote fuerte de Fiebre Aftosa y, aparte de desinfectarte las suelas de los pieses, no te dejaban ni llevar un bocata hecho con los envoltorios del chorizo, así que pensé “Mmmmm… Ese calvo que está en la caja sabrá si ahora está permitido o no. Voy a preguntar si me pueden poner problemas con esto”.
- Hoygan, Hoygan… que voy a ir a las Américas, y esto del jamón ibérico… que es gorrino y tal… ¿No me dirán que “mirusté” y me lo quitarán en un habil movimiento de muñeca al llegar?
- ¡Noooo…! No, no… No te preocupes, hombre, que esto, como está comprado en la tienda del aeropuerto, ha pasado un control y no te dirán nada… Si eso, tu les enseñas el ticket y ya está.
- ¿Seguro, siñor carente de pelamen?
- ¡Que si, hombre, que sí…! Que es una cosa muy típica, que la gente se lleva a paletadas…
- Pos bueno, pos fale… pos me lo ponga…
Y… ¡hoygan, hoygan…! ¿esto de llevar un litro de alcohol…? ¿No se lo tomarán a mal? ¡Que son mu perros! Que por menos que esto, ahora al Antonio Canales se le caen los pedos…
- Nooo… no no. Mira: tengo aquí, debajo del ojete, esta bolsita chupiguais que pone “Aldeasa” bien gordo, y hacemos tal que asín, la cerramos bien cerradita y hala… ¡sellada!. Con esto, nada… ¡No problemo!.
A todo esto, la "bolsa" era más como un sobre de plástiquete transparente y el "sellado" consistía en cerrar la aleta del sobre un poco más lento de lo normal, no os vayáis a pensar que era un termosellado molón, ni mucho menos.
- ¿Está usted seguro del todo, bola de billar con orificio parlanchín?
- Que síiiii… que lo hacemos siempre. Que el problema viene si lo traes tu de tu casa. Pero si es de aquí, nada, que para eso está herméticamente cerrada…
"Herméticamente"... ¡Juas!
- ¿Me lo jura por Snoopy y Carlitos el zoofílico?
- ¡Y hasta por Mafalda si se tercia…!
- Pos bueno, pos fale… pos me lo ponga…
Control de seguridad. El Prat. Ningún problema, aparte de tener que, al mismo tiempo, quitarme el cinturón, sujetarme los pantalones para que no se vean mis (lamentables, como muchos sabréis) gayumbos, quitarme las botas, meterlas en el scanner y abrir la mochila donde iba el portátil. Primer obstáculo: ¡superado! Me dio confianza.
Segunda escala: Zurich. Control de seguridad para coger el avión al JFK. Descalzo. Sujetándome los pantalones, aguantando el pasaporte entre los dientes y una pila de gente detrás mío. Mochila que sale del escáner y mano que, vista y no vista, la agarra y la pone a un lado. Dialogo entre manejanto del escáner y señorita policía. Yo que entiendo algo de “fluid”… Ay, ay, aaaay… Pero ¡no!, ¡Héctor, tranquilo!... ¡Si el de Aldeasa dice que se puede, se puede!
- Usted lleva líquido en la mochila. Ábrala por favor.
Abro. Una hermosura de Havana reluciente es lo primero que se ve en el interior.
- Esto no se puede llevar a los EE.UU.
¡¡Quieeeto, Silver…!!
- No, mire, que lo he comprado en Aldeasa, que me han dado esta bolsita chupiguais herméticamente sellada (es decir, el sobre pegajoso que podía haber abierto cuando quisiera, pero tenía que gastar el último cartucho) y un alopécico que controla de esto más que usted me ha dicho que no problema. Además, hasta me ha dado un ticket, ¿lo ve?
- ¿De Barcelona, eh? Puesss… no eres el primero que nos viene con la misma historia, pero de ningún modo puedes subir al avión con esto…
- Pero… hoygan, hoyg…
- Lo siento, pero o la dejas aquí o no vuelas.
¡Mierda!
- No, pues nada, nada… que la disfruten con salud…
¡Ñgrfawen.. grfta… mdre que cagó al calvo…! ¡Qué descansada se quedó! (Literalmente: seguro que no hizo mucha fricción al salir)
Avión. Dormición en la ventanilla con babica y todo. ¡Maaaño que bien…! A mitad de vuelo: Azafato (sí, azafato… hasta para eso tengo mala suerte) que me pica el hombro. Me larga una tajetica color verde con las “típicas” preguntas de “¿Viene usted a traficar con drogas?” “¿Es usted pedófilo o sólo un pervertido normal?”… y… ¡chán, chán!... “¿Trae algo de carne a los EE.UU.?”. ¡Ay, joder! Carne… ¿qué es carne? ¿Y tú me lo preguntas?... ¿Contarán el jamón como “carne”? ¿Qué pasa si me hago el longuis y digo que es que en España se dice “embutido” y no “carne”? ¡Anda!, si hay una nota aclaratoria al dorso. “Se considera 'carne' cualquier tipo carne cruda, cocinada, embutida…” ¡Mierda…! Me han resuelto mis disquisiciones filosófico-connotacionales-etimológicas sobre la palabra “carne” en un par de líneas. Junto a eso, algo que reza que “la mayoría de los bienes que se traigan son requisados en la aduana”… ¡Coñe…! La mayoría… ¡Hay lugar para la esperanza! ¡¡una luz al final del túnel…!! Qué coño ¡Que me joden el jamón de fijo!
Pedí cuatro tarjetas. Cuatro. Dos porque, cómo no, la cagué en algún dato, y las otras dos para tener dos versiones. Una con que “yes” traigo carne y otra con que “no” traigo carne… Yo venga a darle vueltas a la cochina tarjeta a ver si, en caso de que me pillasen, podía agarrame algún resquicio legal para argumentar por qué no había dicho que traía jamón… aparte del “¡porque si os lo digo, me lo ibais a quitar, joputas!” ¡Nada!. No solo eso, sino que ponía bien clarito que un intento de colar algo sin declarar en el país podía dar lugar a que te lo requisaran y a acciones penales (gran aclaración: no vaya a ser que te pienses que te lo iban a dejar, para hacerte un pan tumaca en Guantánamo, ahí, ofreciéndole un mueso de cerdico rico a los coleguis de Bin Laden). ¡Cagonlamaaaar…! A mi izquierda apareció un Héctor pequeñajo de color rojo tentándome “¡Di que no! ¡Di que noooooo! ¡Que no te pillan!” y a mi derecha Antonio Canales con un Dodotis® diciendo “¡Ay!... tu mismo… ¡aaay!... pero yo que tú no lo haría, forastero… prrréeet…”.
Bajé del avión, y con sudores fríos me dirigí a la aduana. Aún tenía mis dos tarjetas. Me llega el turno. “¿Qué? ¿Qué hago?”… dodotis… extradición… mono naranja… El chino-americano que me iba atender me mira en plan de “que me des la puta tarjeta ya, big glass”… “¡Tenga, señor Miyagui…!” ¡La del sí! “Vale, pues con esta tarjeta, pasa por ese pasillo a la derecha”. En mi mente aún resonaba el “Casi todos los bienes son confiscados…” ¡Casi todos!... Igual cuela… Paso al sitio. Mesa grande. Policía con guantes de latex. El Antonio Canales pequeñito que aún tenía revoloteando por mi cara que sale cagando (literalmente) leches…
- Así que trae usted carne ¿Qué tipo de carne?
- Buennnnooo… ¡Esto…! Le endilgo el paquete.
- ¿Y esto qué es lo que es?
- Jamón… Spanish jamón…
Lo mira, intenta leer los ingredientes y al ver que no hay manera de adivinar qué es, se va preguntarle a otro policía, que debía ser el experto en gastronomía española (vamos, el que había pasado una semana borracho en Ibiza). Éste le dice “Pig”. ¡Ya está…! ¡a tomar por culo…!
- Lo lamento, señor, pero no se puede traer cerdo a los EE.UU.
- Pero, pero… es que… es queeeeee… es un regalo para mi jefa, que voy a trabajar de prácticas en empresa y…
- Lo entiendo, pero no. Lo siento. De verdad… Tenemos que requisarlo y destruirlo.
Sí, destruirlo… ¡Una mierda vas a destruir tú!
- Tengo un ticket que demuestra que lo he comprado en una tienda de esas de aeropuerto... ¿Vale de alg...
- No. Lo siento. Bueno... para limpiarse el culo con él si el papel de váter de nuestros servicios no resulta de su agrado.
- Pero es que… ¿Usted sabe cuánto vale esto?
- De verdad que lo siento, pero no. No se puede introducir esto en EE.UU.
Hombre, dentro de la mediocridad, majete ya lo era, pero claro, ¡la perspectiva de inflarse a ibérico en cuanto acabase el turno alegra a cualquiera!
- Pues nada… más lo siento yo… Que lo disfrute con salud…
- Next!!
Cuando me estaba yendo de allí iba mirando con el rabillo del ojo a ver si lo metía en los containers donde previamente había depositado un bocadillo mordisqueado de unos indios que iban delante de mí y me pareció que no… pero en ese momento, amargas lágrimas de dolor y rabia nublaron mi vista y no lo puedo asegurar.
Huelga decir que en aquellos momentos, si hubiese justicia en este mundo, el calvo de Aldeasa y sus familiares hasta 6º grado de consanguinidad habrían padecido una lluvia de mierda de tal calibre que no podrían salir de la bañera en dos años, además de salirles cuernos, cambiar sus tendencias sexuales y otras mutaciones de igual o mayor desagrado…
En fin...
Ya sabéis, nenes… Si un señor os ofrece un caramelo por la calle, decidle que no, y si, encima, tiene poco pelo y lleva una chaqueta que pone “Aldeasa”, además, le dais una patada en los cojones. No, ahora en serio… No se si protestar formalmente, o algo. Evidentemente, no buscando que me devuelvan ni una gorda de lo que me soplaron (perdón: "requisaron") sino que, por lo menos, para que avisen a sus empleados de no hacer lo mismo con otras personas. ¡Joder!, si por lo menos el tipo me hubiese dicho que no sabía, pues me lo hubiese pensado dos veces, pero no; como lo dijo con una seguridad tan apabullante, pues evidentemente, me lo creí… ¿Qué opináis vosotros? (y me refiero al tema de si debería quejarme, no del tema de que soy imbécil perdido, que eso ya lo sé)
Este post pretende, como algunos otros, desempeñar (aunque sea levemente) una función social. En este caso, avisar a posibles viajeros de los aviesos y sucios trucos de márketing que se gastan en las tiendas Aldeasa de los aeropuertos. O al menos, en el de Barcelona. O al menos, un calvo cabrón que tienen de cajero.
Me encontraba yo, el 24 de febrero, pululando sin rumbo fijo (ni ganas de encontrar uno) por El Prat, tras una noche larga noche en un Alsa Zaragoza-Barcelona cuando mis orejas otearon una tienda de Aldeasa en lontanaza. Claro, ante un viaje de semejantes características, lo primero que hace un español es pensar “Có… ¡Alcohol y tabaco! Necesito alcohol y tabaco, que en Nueva York seguro que va mas caro… có!” . ¡Pues p’adentro!.
Sabía que 200 cigarrillos y 1 litro de licor es el máximo que te dejan llevar a EE.UU. sin riesgo de extradición aderezada con tacto rectal (no vaya a ser que hayas escondido un puro por ahí) así que cogí una bonita cesta roja y me fui a la sección de “vicios y malos hábitos” (o algo así). Cargué un cartón de Lucky y una botella de a litro de Havana Reserva 'jartá' de años. ¡Ya Sergio!, ¡lo sé!, pero es que las botellas de Brugal eran sólo de 75 centilitros, y no estamos como para desaprovechar dos o tres cubatas. Por otra parte, también me apetecía llevar algo “typical Spanish” al bueno de Michi, que tan bien se portó (y se porta) conmigo, aconsejándome sabiamente en las semanas previas a mi partida, y ahora llevándome de parranda a antros de lenocinio y perversión. ¿Qué llevar? Pues jamón, evidentemente. ¡Jamón!. Jamón Ibérico pata negra fueno fueno. ¡Pues a la nevera!: 200 gramos de jamón, 30 euracos. ¡Coño! ¡Hay que joderse como sablean a los pobres turistas! A 150 euros el kilo… ¡La madre que los parió!, pero en fin… el Michi lo vale… ¡Pues a la cesta también!.
Claro: yo a esas alturas ya había facturado, así que esta compra suponía llevar un litraco de fluido (inflamable, para más Inri) en mi equipaje de mano. Por otro lado, el jamón es puro cerdo, y eso siempre suele ser problemático de meter en un país extranjero. De hecho recuerdo que, hace unos cuatro o cinco, años hubo un brote fuerte de Fiebre Aftosa y, aparte de desinfectarte las suelas de los pieses, no te dejaban ni llevar un bocata hecho con los envoltorios del chorizo, así que pensé “Mmmmm… Ese calvo que está en la caja sabrá si ahora está permitido o no. Voy a preguntar si me pueden poner problemas con esto”.
- Hoygan, Hoygan… que voy a ir a las Américas, y esto del jamón ibérico… que es gorrino y tal… ¿No me dirán que “mirusté” y me lo quitarán en un habil movimiento de muñeca al llegar?
- ¡Noooo…! No, no… No te preocupes, hombre, que esto, como está comprado en la tienda del aeropuerto, ha pasado un control y no te dirán nada… Si eso, tu les enseñas el ticket y ya está.
- ¿Seguro, siñor carente de pelamen?
- ¡Que si, hombre, que sí…! Que es una cosa muy típica, que la gente se lleva a paletadas…
- Pos bueno, pos fale… pos me lo ponga…
Y… ¡hoygan, hoygan…! ¿esto de llevar un litro de alcohol…? ¿No se lo tomarán a mal? ¡Que son mu perros! Que por menos que esto, ahora al Antonio Canales se le caen los pedos…
- Nooo… no no. Mira: tengo aquí, debajo del ojete, esta bolsita chupiguais que pone “Aldeasa” bien gordo, y hacemos tal que asín, la cerramos bien cerradita y hala… ¡sellada!. Con esto, nada… ¡No problemo!.
A todo esto, la "bolsa" era más como un sobre de plástiquete transparente y el "sellado" consistía en cerrar la aleta del sobre un poco más lento de lo normal, no os vayáis a pensar que era un termosellado molón, ni mucho menos.
- ¿Está usted seguro del todo, bola de billar con orificio parlanchín?
- Que síiiii… que lo hacemos siempre. Que el problema viene si lo traes tu de tu casa. Pero si es de aquí, nada, que para eso está herméticamente cerrada…
"Herméticamente"... ¡Juas!
- ¿Me lo jura por Snoopy y Carlitos el zoofílico?
- ¡Y hasta por Mafalda si se tercia…!
- Pos bueno, pos fale… pos me lo ponga…
Control de seguridad. El Prat. Ningún problema, aparte de tener que, al mismo tiempo, quitarme el cinturón, sujetarme los pantalones para que no se vean mis (lamentables, como muchos sabréis) gayumbos, quitarme las botas, meterlas en el scanner y abrir la mochila donde iba el portátil. Primer obstáculo: ¡superado! Me dio confianza.
Segunda escala: Zurich. Control de seguridad para coger el avión al JFK. Descalzo. Sujetándome los pantalones, aguantando el pasaporte entre los dientes y una pila de gente detrás mío. Mochila que sale del escáner y mano que, vista y no vista, la agarra y la pone a un lado. Dialogo entre manejanto del escáner y señorita policía. Yo que entiendo algo de “fluid”… Ay, ay, aaaay… Pero ¡no!, ¡Héctor, tranquilo!... ¡Si el de Aldeasa dice que se puede, se puede!
- Usted lleva líquido en la mochila. Ábrala por favor.
Abro. Una hermosura de Havana reluciente es lo primero que se ve en el interior.
- Esto no se puede llevar a los EE.UU.
¡¡Quieeeto, Silver…!!
- No, mire, que lo he comprado en Aldeasa, que me han dado esta bolsita chupiguais herméticamente sellada (es decir, el sobre pegajoso que podía haber abierto cuando quisiera, pero tenía que gastar el último cartucho) y un alopécico que controla de esto más que usted me ha dicho que no problema. Además, hasta me ha dado un ticket, ¿lo ve?
- ¿De Barcelona, eh? Puesss… no eres el primero que nos viene con la misma historia, pero de ningún modo puedes subir al avión con esto…
- Pero… hoygan, hoyg…
- Lo siento, pero o la dejas aquí o no vuelas.
¡Mierda!
- No, pues nada, nada… que la disfruten con salud…
¡Ñgrfawen.. grfta… mdre que cagó al calvo…! ¡Qué descansada se quedó! (Literalmente: seguro que no hizo mucha fricción al salir)
Avión. Dormición en la ventanilla con babica y todo. ¡Maaaño que bien…! A mitad de vuelo: Azafato (sí, azafato… hasta para eso tengo mala suerte) que me pica el hombro. Me larga una tajetica color verde con las “típicas” preguntas de “¿Viene usted a traficar con drogas?” “¿Es usted pedófilo o sólo un pervertido normal?”… y… ¡chán, chán!... “¿Trae algo de carne a los EE.UU.?”. ¡Ay, joder! Carne… ¿qué es carne? ¿Y tú me lo preguntas?... ¿Contarán el jamón como “carne”? ¿Qué pasa si me hago el longuis y digo que es que en España se dice “embutido” y no “carne”? ¡Anda!, si hay una nota aclaratoria al dorso. “Se considera 'carne' cualquier tipo carne cruda, cocinada, embutida…” ¡Mierda…! Me han resuelto mis disquisiciones filosófico-connotacionales-etimológicas sobre la palabra “carne” en un par de líneas. Junto a eso, algo que reza que “la mayoría de los bienes que se traigan son requisados en la aduana”… ¡Coñe…! La mayoría… ¡Hay lugar para la esperanza! ¡¡una luz al final del túnel…!! Qué coño ¡Que me joden el jamón de fijo!
Pedí cuatro tarjetas. Cuatro. Dos porque, cómo no, la cagué en algún dato, y las otras dos para tener dos versiones. Una con que “yes” traigo carne y otra con que “no” traigo carne… Yo venga a darle vueltas a la cochina tarjeta a ver si, en caso de que me pillasen, podía agarrame algún resquicio legal para argumentar por qué no había dicho que traía jamón… aparte del “¡porque si os lo digo, me lo ibais a quitar, joputas!” ¡Nada!. No solo eso, sino que ponía bien clarito que un intento de colar algo sin declarar en el país podía dar lugar a que te lo requisaran y a acciones penales (gran aclaración: no vaya a ser que te pienses que te lo iban a dejar, para hacerte un pan tumaca en Guantánamo, ahí, ofreciéndole un mueso de cerdico rico a los coleguis de Bin Laden). ¡Cagonlamaaaar…! A mi izquierda apareció un Héctor pequeñajo de color rojo tentándome “¡Di que no! ¡Di que noooooo! ¡Que no te pillan!” y a mi derecha Antonio Canales con un Dodotis® diciendo “¡Ay!... tu mismo… ¡aaay!... pero yo que tú no lo haría, forastero… prrréeet…”.
Bajé del avión, y con sudores fríos me dirigí a la aduana. Aún tenía mis dos tarjetas. Me llega el turno. “¿Qué? ¿Qué hago?”… dodotis… extradición… mono naranja… El chino-americano que me iba atender me mira en plan de “que me des la puta tarjeta ya, big glass”… “¡Tenga, señor Miyagui…!” ¡La del sí! “Vale, pues con esta tarjeta, pasa por ese pasillo a la derecha”. En mi mente aún resonaba el “Casi todos los bienes son confiscados…” ¡Casi todos!... Igual cuela… Paso al sitio. Mesa grande. Policía con guantes de latex. El Antonio Canales pequeñito que aún tenía revoloteando por mi cara que sale cagando (literalmente) leches…
- Así que trae usted carne ¿Qué tipo de carne?
- Buennnnooo… ¡Esto…! Le endilgo el paquete.
- ¿Y esto qué es lo que es?
- Jamón… Spanish jamón…
Lo mira, intenta leer los ingredientes y al ver que no hay manera de adivinar qué es, se va preguntarle a otro policía, que debía ser el experto en gastronomía española (vamos, el que había pasado una semana borracho en Ibiza). Éste le dice “Pig”. ¡Ya está…! ¡a tomar por culo…!
- Lo lamento, señor, pero no se puede traer cerdo a los EE.UU.
- Pero, pero… es que… es queeeeee… es un regalo para mi jefa, que voy a trabajar de prácticas en empresa y…
- Lo entiendo, pero no. Lo siento. De verdad… Tenemos que requisarlo y destruirlo.
Sí, destruirlo… ¡Una mierda vas a destruir tú!
- Tengo un ticket que demuestra que lo he comprado en una tienda de esas de aeropuerto... ¿Vale de alg...
- No. Lo siento. Bueno... para limpiarse el culo con él si el papel de váter de nuestros servicios no resulta de su agrado.
- Pero es que… ¿Usted sabe cuánto vale esto?
- De verdad que lo siento, pero no. No se puede introducir esto en EE.UU.
Hombre, dentro de la mediocridad, majete ya lo era, pero claro, ¡la perspectiva de inflarse a ibérico en cuanto acabase el turno alegra a cualquiera!
- Pues nada… más lo siento yo… Que lo disfrute con salud…
- Next!!
Cuando me estaba yendo de allí iba mirando con el rabillo del ojo a ver si lo metía en los containers donde previamente había depositado un bocadillo mordisqueado de unos indios que iban delante de mí y me pareció que no… pero en ese momento, amargas lágrimas de dolor y rabia nublaron mi vista y no lo puedo asegurar.
Huelga decir que en aquellos momentos, si hubiese justicia en este mundo, el calvo de Aldeasa y sus familiares hasta 6º grado de consanguinidad habrían padecido una lluvia de mierda de tal calibre que no podrían salir de la bañera en dos años, además de salirles cuernos, cambiar sus tendencias sexuales y otras mutaciones de igual o mayor desagrado…
En fin...
Ya sabéis, nenes… Si un señor os ofrece un caramelo por la calle, decidle que no, y si, encima, tiene poco pelo y lleva una chaqueta que pone “Aldeasa”, además, le dais una patada en los cojones. No, ahora en serio… No se si protestar formalmente, o algo. Evidentemente, no buscando que me devuelvan ni una gorda de lo que me soplaron (perdón: "requisaron") sino que, por lo menos, para que avisen a sus empleados de no hacer lo mismo con otras personas. ¡Joder!, si por lo menos el tipo me hubiese dicho que no sabía, pues me lo hubiese pensado dos veces, pero no; como lo dijo con una seguridad tan apabullante, pues evidentemente, me lo creí… ¿Qué opináis vosotros? (y me refiero al tema de si debería quejarme, no del tema de que soy imbécil perdido, que eso ya lo sé)